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Las picantes confesiones de Lali Espósito en el diván de Abadi - Revista VIVA (10-09-17)




Las picantes confesiones de Lali Espósito en el diván de Abadi

Sus placeres. Cómo la marcaron sus novios. La fama precoz. La autoexigencia. La relación con sus padres.

Creo que en tu carrera vas con cuidado, para no decir: “Ya está, ya llegué”.
¡No, me mato antes de decirlo! Justo lo hablaba con mi vieja, que vino a comer a casa porque necesitaba volver al eje. Ella se da cuenta al toque cuando una está descarrilada por el cansancio. Yo vivo sola. Me preguntó: “¿Estás bien? ¿Te sentís bien?” Yo le dije que sí, pero que tengo un tema con la autoexigencia: nunca estoy conforme con lo que hago… Eso es lo complicado. Si bien está bueno y siento que es mi motor de todos los días porque me digo a mí misma: “Esto puede estar mejor: puedo cantar mejor, puedo ensayar más”. Es la parte que me divierte porque me sirve para que el trabajo me salga lindo. Pero a la vez, llego a los límites que yo misma me pongo y, después, digo: “Che, no puedo ser tan dura. ¡La puta madre!”. Lo bueno es tener una madre sensitiva.

Es importante tu mamá en tu vida.
Ambos padres. Siempre los pude diferenciar de la masa de padres de otros niños artistas. Yo empecé muy chica: tenía diez años. Pero no vi padres frustrados cumpliendo sus sueños a través de sus hijos. Mis viejos nunca marcaron eso: siempre fueron claros en que me acompañaban, pero no me presionaban. No tomaban decisiones por mí.

Intuían que había una genuina vocación latiendo.
Total. Yo quedé para un casting de Cris Morena y todos los viernes salía de ahí, que era una especie de taller en el que iban seleccionando y sacando chicos. Era muy duro, y yo tenía diez años. Salías a la puerta y si te nombraban era porque no entrabas. Yo zafaba. Me acuerdo que me subí al auto 505 de mi viejo y mi mamá me dijo: “¿Te nombraron? Bueno, hija, qué va a ser”. “Pará, no me nombraron”, le contesté. Ella tenía menos confianza que yo, en realidad quería cuidarme.
Por miedo a una frustración.
Claro, y estaba el tema guita, por ejemplo: yo vengo de una familia de clase media, nada nos sobraba. De hecho yo ayudaba en mi casa. Era una situación anormal para una persona que no está acostumbrada a que el hijo de diez años tenga un sueldo parecido o que gane más que los padres.
Eras una nena sosteniendo una estructura familiar.
Creo que mis viejos aminoraban esa situación. Lo que siempre me sorprendió fue que mi actividad no era la más importante de la casa: parecía que tenía más notoriedad y que era más exitosa porque era algo público, pero la realidad es que mis hermanos eran buenos en lo suyo. Así como mi hermano iba a fútbol, yo iba a actuar. Y era lo mismo. A la hora de la comida, a los tres nos preguntaban cómo nos había ido en el día. Esa situación nunca me sacó del lugar de hija ni de hermana. Además, era la hermana más chica.




Planteás la competitividad como algo muy importante, pero cuando decís que querés mejorar, es competencia con vos misma. No vas con la necesidad de desplazar a otros, sino que buscás mejorar vos. Pero lo más delicado sería que la exigencia se convirtiera en una híper exigencia sádica con uno mismo.
A veces me pongo en ese modo, que es peligroso. Tengo una especie de vieja viviendo adentro de mí que me quiere enseñar. Cuando estoy en ese modo obsesivo, pienso: “No está bueno esto que estoy haciendo; no está bien que me haya ido de acá o de allá con cara de orto”.
Lo que ahora se está trabajando desde la filosofía y desde el psicoanálisis es jerarquizar el presente: la noción de pensar en el mañana hace perder la noción de que hoy estoy acá, disfrutando y haciendo esto. Si uno está disfrutando el presente, el mañana es felizmente parido. Si uno está en un lugar de ansiedad respecto a que lo que pase no sea igual a lo que es hoy, el mañana sale ruidoso.
Siempre les digo a mis amigos que soy un alma vieja: tengo unos modos y saco conclusiones de cosas que, a lo mejor, no son acordes a mi edad. Pero lo que veo en las redes sociales es que todos hacemos todo con tal de tener la aprobación del otro. Sí, la foto es ahora: en 24 horas desaparece eso que subiste en Instagram. Vos subís una foto y tiene existencia ese tiempo, después se va. Fijate cómo elegimos capturar los momentos: no es una foto que tenés en el portarretratos y la mirás para acordarte de ese momento. Al contrario, es una foto que pasa. La gente se enloquece por eso.
Lo que tenemos que saber es que la foto se va, pero uno está. No hay que quedar atrapado en la teoría de que uno es la foto en lugar de una persona. Vos empezaste a los diez años, ¿en el teatro?
Telenovela, teatro, todo: eran las series juveniles de televisión de Cris Morena, que siempre iban de la tele al teatro.
Entonces, de ahí tu carrera no se interrumpió hasta estos 25 años que tenés hoy. ¿Hubo momentos fundamentales de cambio cuando pensás en tu carrera? ¿Algo que te haya hecho variar el rumbo?
Sí, hay un momento muy claro. Fue a mis 18 años. Estaba en esa gran factoría, en ese mundo de Gustavo Yankelevich y de Cris y todo era muy cómodo y divertido: había música, había diversión. Estábamos en la cresta del éxito con Teen Angels, hacíamos shows en el Gran Rex… Pero yo había leído Las brujas de Salem, de Arthur Miller, y había quedado flasheada: yo quería ser Abigail Williams. Un día me entero por unos amigos que venían del teatro que se iba a hacer la obra. Una señal. ¡Yo quería actuar en esa obra! Para que te des una idea: venía del mundo más comercial de la televisión, que estaba buenísimo, pero ahora quería cambiar. Sin decirle nada a nadie, fui al casting en el Broadway. Y quedé. “¿Y ahora qué carajo hago?”, dije. Tenía que decírselo a Yankelevich, pero por suerte había una situación contractual a mi favor. Pensaba: “Le tengo que decir a este tipo, que voy a estar saltando, vestida con polleritas de colores, y que después me voy a hacer una obra del 1600, vestida de época, enfrente”. Tenía que salir de un show con un montón de personas cantando, para cruzarme a una sala en la que con suerte había 80 personas.
¿Y qué hiciste?
La gente me decía: “Vos venís de otro palo, no podés hacer eso. Vas a estar en las dos marquesinas a la vez”. Y yo les contestaba: “A mí me chupa un huevo”. Yo sabía que era auténtico hacerlo, tenía la necesidad imperiosa de hacerlo. Y sabía que no iba a cambiar nada: sabía lo que daba en cada obra.
Aparte, provenía de una necesidad de lo auténtico y de algo que vos sentías como necesario.
Necesario al ciento por ciento. Cuestión que estrenamos esa obra y era muy gracioso: salía del Gran Rex maquillada como Beatriz Salomón, y en el taxi, me iba sacando todo, cruzaba todo el tráfico para dar la vuelta y enganchaba en el Broadway. He llegado con los actores ya en la primera escena, donde Abigail no estaba. Era tremendo, pero lo hice. Ese año pesaba cinco kilos menos porque laburaba como una loca. Pero era tanta la felicidad que manejé, sólo por elegir algo que no estaba en la estructura de lo que se suponía que tenía que cumplir. Ahí me di cuenta de que podía elegir. Más allá de estar cómoda y contenta en un lugar, yo podía hacer cosas que sentía que eran para mí, lejos de cualquier situación de cumplimiento.





Esa vivencia de libertad genera una sensación de identidad.
Total. Terminando esa etapa empiezo a hacer mis canciones y, dos años después, saco un disco independiente. Es más: cada vez que veía el disco en alguna disquería, me quedaba mirándolo. Se suponía que esa situación no era normal para mí. “Nena, lo podés hacer con Sony Music, si venís de la factoría de Cris”, me decían. Pero yo lo quería hacer así. Para mí, que ese disco fuera independiente significaba mucho.
Significaba que eras libre.
Claro, que no necesito de esos miedos que te inculcan de que si no, no lo iba a poder hacer… Eso es falso. Obvio que te cuesta el doble...
Al principio, ¿estabas impregnada en la música de ciertos referentes?
Yo nací en el ’91, en mi casa había casetes, y después empezaron a llegar los CDs, que parecían de la NASA, lo último que iba a existir en la música. A mis siete años, llegó el de Grandes éxitos de Queen y, jugando, lo puse. Empezaba con Rapsodia Bohemia. Me di cuenta de que eso era la música. Si ahora mido 1.50, imagínate lo que era a los siete años… Era un gnomo: me quedé hipnotizada frente al equipo de música.
Esa música te hizo volar.
Imaginación total, siempre la tuve. Sabés que mis viejos siempre me dicen que, llamativamente, era muy callada. Era muy extrovertida, pero cuando jugaba, era como que no estaba ahí. Dicen que se asomaban al patio de mi casa y me veían sentada mirando fijo a un muñeco: capaz que yo lo estaba viendo moverse y bailar, no sé. No estaba bien de la cabeza, pero me acuerdo del mundo interior que yo tenía. No sé qué imaginaba, pero fue la música que me empezó a hacer imaginar todo un mundo de juegos.
Mirá cómo intervenían el juego, la imaginación y la creación de personajes. Ya estabas montando un escenario.
Esta cosa maravillosa que uno tiene cuando es chico. Nosotros no teníamos tantos juguetes: era imposible que mis viejos me pudieran comprar la casa de la Barbie, por ejemplo. Y me importaba un carajo. Con mi hermana, armábamos con libros y con los CDs, la casa de la muñeca y para mi imaginación eso era una mansión.
¿Tuviste profesores o fueron los directores los que se convirtieron en profesores?
Sí, los mismos directores y mis compañeros. Las brujas de Salem la hice con Rita Cortese y Julia Calvo, que es una actriz que admiro mucho. También con Juan Gil Navarro, que tiene mucha presencia teatral. Y Roberto Carnaghi. Todos actores que me tiraban una y la agarraba. Era buenísimo. Cada vez que estaba por salir a escena y tenía una duda, me acercaba y le preguntaba a Rita y ella me decía: “Probá esto”. Fueron mis profesores, generosamente, como compañeros.
¿Estabas en pareja entonces?
Estuve siempre de novia. ¡Una boluda!
¿En la nursery del hospital también?
Con el bebé de al lado, desde ya. En serio: siempre fui muy noviera. Me puse de novia a los 14 y estuve 4 años con Peter Lanzani, quien fue mi primer novio hasta mis 18. Después estuve cinco años con otro novio. Y después estuve un año con otro. Y así.
Sos estable en tus relaciones.
Sí, armo relaciones de aprendizaje: le doy tiempo a esas cosas. No me aburro.
¿Aceptaban tus parejas que formaras parte del espectáculo?
¡Y si eran actores! Yo soy muy pelotuda, ¿no te digo? Mis primeros tres novios eran actores (Lanzani, Benjamín Amadeo, Mariano Martínez). El actual, Santiago Mocorrea (34 años, productor), se dedica a otra cosa, por suerte. Nunca había experimentado la situación de que en una misma charla pudiéramos dejar de hablar de mí para hablar del trabajo del otro. Eso es espectacular.
¿Estás muy preocupada con la imagen que vas a dar?
Te mentiría si te dijera que no. Pero tampoco es en lo primero que pienso. Hay una cosa muy genuina, que es lo que hoy me hace generar empatía con alguien, porque no tengo trabas a la hora de hablar con nadie. De verdad, ahora te estoy diciendo lo que pienso. Si vamos a lo artístico, es una estupidez pensar que sólo me siguen porque bailo y canto bien o mal. Hay otra cuestión. Pero siempre me paré de una manera muy natural: nunca me impuse cómo quería que me vieran los demás. Tengo un disco que se llama SOY. No es un título al azar, no lo puse porque sí. Soy muy verdadera en un mundo de plástico.
Los novios se terminaron a lo largo de los años. ¿Fueron experiencias lindas en general?
Fueron muy lindas y aprendí. En mi última relación, antes de la actual (con Mariano Martínez), me sentí un adulto por primera vez en una pareja… No es un detalle menor. Y aprendí algo: ya no soy la salvadora de nadie. Esta situación de ser la salvadora, que se me hizo costumbre, desde que ayudo en mi casa, ayudo a mis hermanos… Entrego, tengo gente a la que le voy a dar todo. Yo soy proveedora, pero no recibo.
En eso hay que tener cuidado.
Claro, a eso iba. Sí recibo de mi familia y de mis seres. Pero de un novio, o de una relación nueva, no… Me di cuenta de que yo en esa relación merecía recibir. Estuvo buenísimo, porque la pasé bien, pero se me hizo muy flúo lo que yo estaba aprendiendo y necesitaba aprender para la próxima.
¿Qué sentís cuando jugás con tu sobrino Santino?
El es lo más puro. Un niño que llega y le chupa un huevo lo que vos hacés. Para él soy “su tía que canta”. Cuando estamos en una reunión familiar, viene y me dice: “¿Vamos a jugar?” Con sus cinco años, me da esa pureza de pisar el pasto.
Vos le dirías: “Gracias, Santino. Qué lindo cómo me desvisto de lo que no soy”.
Claro, es al primero que abrazo cuando bajo del escenario. Me dice: “Hoy no me gustaron las luces, faltó el violeta”, y ya te está hablando de otra cosa.
¿Vos sabés para qué se cierra el telón y se despiden los artistas en el teatro? Cuando un artista se involucraba en el personaje, el peligro era que quedara atrapado. El código es que cuando te aplaudo, los dos sabemos que ya no sos más el personaje… Que sos Lali Espósito. Santino ahorra todo este tiempo con ese abrazo.
Total. No soy madre, pero es lo más cercano al amor más puro.
Pero deseos de ser madre hay por ahí, ¿o no?
Sí, sí. Cuando me saludaste, me dijiste que sos un workalcoholic. Yo soy igual, al menos hasta mis 25 años, pero me lo permito y no me peleo con eso. Quiero hacer un montón de cosas, ser egoísta en mi trabajo, todo para que cuando sea grande no tenga que arrastrar a un hijo a mis situaciones profesionales.





Tenés miedo de no poder dedicarte a todo lo que quisieras.
Claro, y no creo que esté bueno: lo veo en tanta gente...
¿Tuviste situaciones dolorosas o difíciles?
No sé si dolorosas, porque la verdad que no… Fue de aprendizaje. También fue a mis 18 años. En todo este proceso en lo profesional, también hubo un proceso en lo familiar: dejé de ver a mis viejos como esos seres perfectos e intocables. Los vi como tipos con errores y con quilombos. Los humanicé, y esa situación fue de mucho shock. De hecho yo descubro a mi vieja a esa edad, y eso que tuve una infancia muy pegada a ella. Siempre había puesto a mi papá en un lugar de que todo lo que decía era como él decía y punto. Pero un día me di cuenta de que mi papá es un tipo con el que no coincido en todo. Y con mi vieja pasaba lo mismo. Hoy ya no, pero ese momento fue de mucha confrontación con ellos. También tiene que ver con que yo estaba saliendo de una estructura cerrada.
¿Y qué personajes admirás?
Hay una artista que para mí y para el mundo es una bestia. Admiro su capacidad porque no sólo es buena artista en lo técnico, sino que es una gran productora de sí misma. En una escala mucho menor, yo también lo soy. Estoy hablando de Beyoncé: dirige sus DVDs, arma la parte técnica de sus shows, está en los arreglos musicales. Todo.
Es como tu Queen para los 25 años.
Así es. Lo mismo me pasaba con Michael Jackson: a mis 13 lo descubrí y me di cuenta de que era un monstruo. Lo que me pasa con estos personajes es lo icónico. Si me preguntás qué quisiera ser yo, es convertirme en ícono: no todos lo son y menos en esta actualidad, en donde todos nos queremos parecer a todos.
¿Sos una persona de disfrutar y de gozar de los placeres?
Total: me encanta morfar, me encanta coger, me encanta todo.
Con los años se van intensificando esas cosas.
(Risas) Como me encanta lo placentero, cuando no me encuentro en ese lugar, me siento incómoda.
Ya sé que sos exigente con vos misma, ¿pero también lo sos con los demás?
Creo que no. Si me refiero al trabajo, sí. En la vida me cuesta exigirle al otro que me entregue algo.
Además de perder la identidad, ¿qué miedos tenés?
Si tengo que contestar algo, te respondo eso. Me aterra la mentira. Sentirme rodeada por la mentira, eso me da miedo. Cuando estoy con gente de aura mentirosa, en la situación que sea, no me hallo. Me da miedo perder lo sensitivo, lo instintivo. No siempre sucede, pero a veces me pasa que saludo a alguien, y ahí siento algo físico, algo que me determina enseguida qué siento sobre esa persona. Se me hace muy fluida la energía de la gente si va con mi energía. Pero si no, pierdo mi lado intuitivo.
Qué importante la identidad y la intuición en vos. ¿Hay algún proyecto que estés gestando?
Sí. Hay un disco nuevo que estoy empezando. Yo escribo las canciones y de pronto, estoy en casa y me angustio y me pongo a llorar. Después me río… Lo mío es bipolar.
El inevitable caos creativo.
Total. Y estoy en la previa a una película, que me aborda en una situación muy rara: es un dramón… Se trata de una chica de 20 acusada del asesinato de su mejor amiga. Más allá de contar el caso, es como si la cámara fueran los ojos de ella.
Qué lindo meterse, cuando uno crea un personaje, y rescatar las ambivalencias, la complejidad y lo inédito en el otro.
Claro. Algo que me pasa en la creación de este personaje es que va muy en contra de lo que soy yo: tiene grises. Yo, en cambio, soy blanco o negro. Te veo y enseguida sé si me caes bien o mal. Este personaje está lleno de grises, porque está en un limbo emocional de aquéllos.
Te puede llegar a hacer un bien componer este personaje, y jugar a los grises desde allí.
Sí, yo creo que ya me está ayudando.


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